viernes, 28 de mayo de 2010

SISTENSIS HISTORICA DE LA COMARCA

LOS IBORES
En una porción del rosario de las sierras orientales cacereñas, se halla la comarca de los Ibores enmarcada por Las Villuercas.
Se muestra como una continuación natural de las Villuercas, de hecho comparte con esta por el oeste, las alineaciones de la Sierra de Viejas y de Torneros, mientras La Jara se cierra a la espalda, sirviendo de linderos unas hondas depresiones excavadas por el río Gualija y el Obispillo, arrroyuelo ultimo, que naciendo en el Camorro de Navalvillar sirve de mojón al término de Villar del Pedroso, usurpador en cierto modo a los Ibores, de la vecindad con las tierras de Guadalupe.
Por el Norte, con el frente abierto se asoma desde los bancos rañizos al Campo Arañuelo, dibujando el Tajo su frontera natural.
Zona privilegiada por la naturaleza, y no tanto por su situación, ha padecido a causa precisamente de lo agreste de su paisaje, un tipo de aislamiento geográfico en el que el protagonismo histórico, queda enormemente oscurecido por sus comarcas vecinas, sobre todo si piensa en su cercanía al monasterio de Guadalupe.
El valle del río es en cierto modo el articulador de una población encerradas en una estrecha, pero escabrosa faja de terreno, delimitadas por serratas alternas y paralelas, que a la altura de Fresnedoso giran bruscamente en dirección oeste persiguiendo el curso del Tajo, de cuyo cauce son tributarias por la margen izquierda las aguas de los Ibores.
El río Ibor que da nombre a la comarca y apellido a sus pueblos, tiene probablemente una de las raíces linguísticas más antiguas de la Península, como sobradamente han demostrado los estudios que a propósito del mismo han realizado los filólogos E. Sánchez y J. Marcos, quienes encuentran en la raiz ib/ip un elemento frecuente en las ciudades antiguas de la cuencas de ríos como el Guadalquivir o el Tajo, en un momento que históricamente se sitúa entre el periodo Orientalizante y la llegada de las primeras oleadas indoeuropeas o lo que es lo mismo entre los siglos VIII-VI a. C.
Geológicamente la comarca aparece definida por tres formaciones fundamentales, cuarcitas, pizarras y en menor medida, calizas. Ya Egozque y Mallada, en su antigua Memoria geológico y minera de la provincia de Cáceres, realizan una descripción e integran esta zona, como haría mucho más tarde V. Sos, dentro del cuadro de estructuras de Las Villuercas.
Para V. Sos, resaltan en primer lugar las serratas de cuarcitas ordovícicas, con relieve típico armoricano, en el que asoman exhumados los bancos rocosos estratificados y casi verticales en las cumbre, cuya máxima altura se alcanza en el Camorro de Navalvillar con 1345 m., aunque la tónica general es de unas alturas que se desarrollen entre los 600 y los 1000 m.
Las alineaciones de las cumbres, destacan casi peladas, con fuertes melladuras que permiten la existencia de pasos o puertos. A su pie se acumulan frecuentemente grandes escombreras, extendidas por las vertientes según derrames en forma de abanico, conformando canchaleras completamente intransitables. Son espectaculares la Pedrera de la Mojonera, Sierra de Porrinas, Castillejo del Castañar, en el costado de la Sierra de la Palomera, donde algunos poseen bloques rocosos de varios metros cúbicos.
En los tramos inferiores entre coluviones, hacen acto de aparición series detríticas y estratificadas en la que predominan areniscas y limolitas del Cámbrico, cuarcitas silúrico-ordovícicas, pizarras de la misma época, ciertas ampelitas y facies carbonatadas que han dado lugar a formaciones cársticas, algunas con ornamentaciones de estalactitas y estalagmitas tan impresionantes como las de la Cueva del Helechal en Castañar de Ibor.
Hacia la periferia de la comarca, coincidiendo en la convergencia de los ríos Gualija con el Tajo en terrenos abiertos, se han formado rañas pliocénicas (Era Terciaria) a base de sedimentos arcillosos cantos rodados , en las que el carácter morfológico más importante viene dado por la gran llanura y absoluta horizontalidad rematada en sus estremos por flecos de sueves rampas o fuertes taludes, que en la carretera de Castañar a Bohonal se hacen visibles con un desnivel de 680 m. en la raña de las Mesillas al Valle Pobre con 380 m.
En la cuenca de los ríos se reconocen niveles de terrazas, que desechando la del nivel de inundación se repiten en número de cuatro, morfología que permite deducir su origen eustático cuaternario.
El clima es de tipo mediterráneo subtropical, con precipitaciones que oscilan entre los 900 y los 700 mm. anuales; sin embargo la especial conformación de los valles y su orientación hacia poniente, permiten atemperar la altitud y disfrutar de suaves temperaturas invernales que resultan moderadamente frescas, como refleja la media de 8,0° C. Los veranos van de templados a calurosos, con una media de 25,6°C.
El valle de los Ibores constituye uno de los mejores ejemplos de conservación del bosque mediterráneo de la Península Ibérica, ello se debe en parte a esa situación de especial aislamiento a la que hemos aludido al principio de esta introducción, pero sobre todo a la accidentado y agreste topografía que impide la búsqueda de una cómoda utilidad por el hombre.
Si su vegetación se intenta definir de manera uniforme, sólo se ajustaría a las que en general se hallan representadas en el biotopo de bosques esclerófilos peninsulares, pero el hecho de que las montañas posean distintas orientaciones y una progresión en altura considerable, matizan la primera definición, al escalonarse las especies, según la temperatura, luz, precipitación que reciben, etc. De acuerdo con esto encontramos en las vertientes más meridionales y solaneras los representantes durilignosos clásicos, encina, alcornoque, enebro, junto a otras especies que componen el matorral como la jara, brezo, lentisco, romero, quejigo, etc, mientras que hacia las umbrías y valles, especies del bosque caducifolio, entre las que se cuentan el castaño, aliso, roble y algunas de bosques relictos como el loro.
Tiene la comarca una extensión de 391,43 km2, una longitud máxima de 30 km y una anchura irregular que va ampliándose de Norte a Sur. siete pueblos conforman su territorio natural actual, Bohonal de Ibor, Castañar de Ibor, Fresnedoso de Ibor, Mesas de Ibor, Navalvillar de Ibor, Campillo de Deleitosa y Valdecañas, con una población sangrada por la emigración, que en el año 1986 se situaba con unos efectivos censados de 4308 habitantes y ha pasado en 1994 a 3629 habitantes. Hay que hacer mención a La Avellaneda, una alquería situada en un terreno insalubre de fondo de valle, que se despobló en las postrimerías del siglo XVIII.

HABITANTES SUPERFICIE EN KM2
BOHONAL 627 41,35
CAMPILLO DE DELEITOSA 187 25,30
CASTAÑAR 1404 146,90
FRESNEDOSO 449 55,70
MESAS 225 48,32
NAVALVILLAR 608 54,50
VALDECAÑAS 129 19,36
_______________________________________________________
TOTAL 3.629 391,43KM.2

A) Los orígenes del poblamiento.

El hecho de que encontremos en la bibliografía arqueológica extremeña contadas referencias al contenido histórico-arqueológico de esta comarca, se debe a una ausencia casi total de investigaciones, sólo en los últimos años, propiciados por distintos proyectos de catalogación del arte rupestre o de yacimientos de la Edad del Cobre, ha comenzado a arrojarse alguna luz sobre los primitivos habitantes de la comarca.

La documentación sobre el Paleolítico, pese a que en el curso del río Ibor se reconocen terrazas cuaternarias, procede de un tramo del Tajo comprendido entre el puente de Bohonal y la Cuesta de la Zamorana, en término de Bohonal de Ibor; aquí se recogen con cierta frecuencia picos triédricos, hendedores, bifaces, núcleos y raederas de similar tipología a los que componen la industria de Las Coscojas y Valparaíso en el Arañuelo, materiales que en su conjunto constituyen los prototipos de las Industrias del Achelense Medio-Superior (Paleolítico Inferior) e incluso del Musteriense (Paleolítico Medio).

La presencia del Homo-Sapiens, creador de la cultura del Paleolítico Superior, es escasa en Extremadura, sin que tengamos hasta el momento ningún yacimiento excavado que refleje una continuidad poblacional en este periodo, no obtante, unos grabados de úrsidos y cérvidos encontrados en la cueva de la Mina de Castañar de Ibor contituyen el excepcional testimonio de un grupo de individuos, que probablemente hacia el final del Magdaleniense buscaron refugio en alguna de las cavidades formadas en las calizas de la zona. Este hecho, como bien añaden sus descubridores, constituye un hito en el estudio del arte rupestre paleolítico, en una zona dónde sólo se conocían producciones semejantes en la cueva de Maltravieso de Cáceres, yacimientos ambos alejados de los que hasta ahora aparecían como grandes focos irradiadores de la cornisa cantábrica.

Por fortuna, tan magníficos hallazgos, quizá no sean más que un punto de partida para otros semejantes en una zona donde son frecuentes las formaciones cavernarias. Baste recordar al respecto, que en el calerizo de Castañar, a principios de siglo, Vicente Paredes señalaba ya la existencia de ciertas brechas fosilíferas en una cueva, no muy lejos de la de la Mina y que de los sedimentos de la Cueva del Helechal, se extrajeron al parecer por unos aficionados a la espeleología de Navalmoral de la Mata, algunos útiles producto de una industria laminar levalloisiense en la que reconocimos hojas y buriles. Esta última cueva, objeto de exploración geológica-espeleológica, merecería también una investigación arqueológica, como sugerimos cuando redactamos el resumen del la segunda campaña de catalogación del arte rupestre en la Alta Extremadura.

Los testimonios neolíticos aparecen tempranamente en los riberos del Tajo, como lo demuestran la existencia de cerámicas impresas y una industria microlítica, seguramente producto de las culturas que siguiendo el curso del río hacen su aparición en la comarca hacia el IV milenio antes de Cristo. Los escasos restos suelen recogerse entre grietas de rocas y sedimentos arenosos de la cota más baja del pantano de Valdecañas, procedentes de abrigos graníticos formados en las canchaleras del abrupto ribero, donde la actividad erosiva del agua los ha arrrancado.

Estas cerámicas deben considerarse el origen de una penetración del Neolítico hacia la Meseta, casi al compás del fenómeno megalítico, de fuerte implantación en la zona.

Está atestiguado en el dolmen del Pibor, el Horquillo, y en los túmulos de los Labrados, las Murcias, El Alisar y El Gambute, todos en término de Bohonal de Ibor, frecuentando las tierras de cierta proyección agrícola.

La falta de excavaciones en los mismos, impide precisar su adscripción cultural con más detalle, aunque su pertenencia a los dólmenes de corredor dentro del fenómeno megalítico occidental basta para suponer unas fechas encuadrables entre fines del IV y principios del III milenio, como parecen apuntar los resultados radiocarbónicos del cercano dolmen de Azután, con presencia de geométricos y láminas, aunque no se descarta tampoco una utilización Calcolítica que incluya material campaniforme, como tiene lugar en el dolmen del Guadalperal, frente a los que mencionamos en la orilla opuesta del Tajo.

Paralelamente al desarrollo de los dólmenes de corredor pueden haberse introducido los enterramientos en cueva. Estos se comprueban por primera vez en la provincia de Cáceres en las faldas del Pico de la Covacha de Castañar de Ibor. En este yacimiento las excavaciones clandestinas efectuadas hace una decena de años pusieron al descubierto materiales que parcialmente hemos podido documentar, consistentes en puntas de flecha de base plana, cóncava, con aletas, láminas de sección trapezoidal y triangular, cuentas de collar de variscita y hueso, hachas, azuelas, fragmentos de cerámicas y huesos.

Muy interesante es la aparición en la orilla del río Tajo, cerca del actual emplazamiento del monumento romano de Los Mármoles, la presencia de una tumba colectiva probablemente en silo, del tipo de Campo Real, puesta al descubierto por la erosión provocada por el estiaje del pantano de Valdecañas. Semejantes circunstancias impidieron una recuperación completa durante la excavación de urgencia que llevamos a cabo en la zona, pero los cuatro cráneos extraídos y algunos huesos largos en una porción muy pequeña del corte permiten asegurar que se trató de un tipo de enterramiento en el que los restos humanos pudieron haberse seleccionado y que el silo se tratase de un depósito secundario. En todo caso lo interesante que por primera vez en la prehistoria extremeña, en una de sus comarcas se emplean en una misma época formas múltiples de enterramiento que quizá halla que juzgar como parte de un mismo tronco de ideas funerarias y religiosas.

Del yacimiento mencionado en último lugar parte nuestro conocimiento también acerca del hábitat, pues durante la excavación citada de Los Mármoles se pusieron de relieve la existencia de fondos de cabañas distribuidos en torno a una loma. En total, aparte del fondo excavado registramos otros siete más vaciados por el agua, en su mayoría de poca profundidad, (80 cm. de diametro por 30 cms. de profundidad, 110 cm. de diametro por 40 cm. de profundidad), hogares empedrados, registros de agujeros para postes en la marga caliza y muelas naviformes de molino, con una distribución tan homogénea que nos hacían pensar en que cada núcleo de ellas correspondió en el pasado a una cabañas en las que la presencia de pellas de barro, quizá atestiguara la existencia de techumbres a base de materia vegetal. Importante es el hallazgo en de un fragmento de cerámica con impresiones de cereal y molederas en el interior de un silo, pues nos orientan precisamente por un uso como depósito agrícola de los mismos.

Entrar a rastrear los cauces de relación del yacimiento de los Mármoles, implica necesariamente, que se tomen como referencia, por una cuestión que en principio es de proximidad, los conjuntos de La Meseta pues contienen elementos de gran paralelismo con nuestros yacimientos.

Una comparación objetiva revela en todos ellos, como la ausencia o presencia del vaso campaniforme, según el criterio convencional, define dos fases concomitantes con nuestros yacimientos.

La primera, atestiguada en Los Mármoles, comparte con los yacimientos meseteños el empleo de un material cerámico mayoritariamente liso, constituido por cuencos semiesféricos de todos los tamaños, vasos globulares, vasos de paredes rectas y ejemplares de borde realzado, con unos atributos casi invariables, resaltando la inexistencia de temáticas decorativas, salvo si consideramos como tal a los engobados rojizos. Este matiz tan localista delata un cierto arcaísmo, pues el uso de almagra se asocia con mucha frecuencia a los primeros niveles de ocupación de yacimientos Calcolíticos en Extremadura.

El único elemento de conexión meridional lo ofrecen dos fragmentos de bordes reforzados desde otro yacimiento vecino en la Barrera de la Zamorana, que señala quizá una fase un poco más avanzada dentro del ámbito precampaniforme con la presencia de foliáceos y hojas de gran tamaño, rebabas de cobre, azuelas, etc.

La industria lítica es prioritariamente sílex, contando a su favor este empleo masivo, con la presencia de depósitos naturales en las proximidades; los artefactos carecen de tipos definidos, tratándose la mayoría de lascas retocadas, denticulados, etc.

A la misma época, Cobre Pleno, parecen coresponder los poblados de la Cabecita y Canchos Blancos en Mesas de Ibor, donde han tenido lugar hallazgos en superficie de hachas, puntas de flecha, pellas de barro y cerámicas lisas. El Pico de la Covacha en Castañar de Ibor de Ibor, donde se reconocen aparte de restos cerámicos, lienzos de muros construidos con aparejo irregular de cuarcitas que enlazan los bancos naturales de la cumbre, hasta formar el perímetro de una muralla arruinada en numerosos puntos. Dos docenas de pesas de redes, unos cantos con escotaduras tallas a los lados, se recogieron en un cortafuegos de Mesas de Ibor en la Sierra Gallega, cerca del Pimpollar, junto a fragmentos de cerámica que delataban también un pequeño asentamiento.

La fase campaniforme está documentada en el poblado del Recorvo situado frente al sepulcro de Guadalperal, pero en la orilla contraria del río Tajo. Sus cerámicas responden a tipos Ciempozuelos y campaniformes puntillados sin base estratigráfica, impidiendo una seriación que parece apuntar un carácter tardío, lo que quizá se vea reforzado por la coexistencia en el poblado con materiales de la "facies clásica" de la Edad del Bronce caracterizada por un grupo de cerámicas decoradas a base de cordones aplicados con digitaciones, labios con los mismos motivos, incisiones en los bordes, abundancia de mamelones, carenas medias y altas etc que tienen también un fiel reflejo en la Meseta.

Un aspecto que resulta coincidente en todos estos yacimientos en sus distintas fases es la heterogeneidad en el emplazamiento, desarrollado lo mismo sobre pequeñas elevaciones cercanas al río, que en las alturas de los picos, ello reflejan la dualidad de tradiciones productivas. Tierras con posibilidades para el cultivo y tierras, de praderas y monte muy capaces para el desarrollo de actividades pastoriles o venatorias.

La primera de las posibilidades, a pesar de carecer de análisis, polínicos o antracológicos, no la extraemos de la posible información que puedan proporcionar los elementos de molienda, dientes de hoz, etc, que bien pudieron ser utilizados también en la recolección de heno o molturación de granos silvestres, sino que afortunadamente es deducible indirectamente gracias a las impresiones conservadas en un fragmento de cerámica encontrada en el silo I de Los Mármoles. El tipo de cereal cultivado parece corresponder con una variedad de cebada vestida (Hordeum vulgare).

La escasez de restos de fauna, tan sólo una pieza dentaria de ovicáprido nos impiden aventurar conclusiones al respecto, pero la implantación de estas especies, junto a bóvidos, suidos y équidos en la totalidad de los yacimientos estudiados en Extremadura y la Meseta nos inducen a pensar en la actividad pastoril como una práctica con plena vigencia en estos momentos.

La práctica de la caza se halla perfectamente documentada con la presencia de armaduras de flechas y la pesca con la presencia de valvas de mejillón de río, pesas de redes, etc.

Este apresurado repaso sirve al menos para ilustrar el trasfondo cultural de una dinámica de poblamiento, que encuentra su reflejo más directo en la zona castellano-manchega, una región que en la Edad del Cobre parece encontrar su convergencia con las zonas meridionales, en torno a esta línea del Tajo, acrecentando su importancia como núcleo con entidad propia durante la Edad del Cobre.

El aspecto iconológico de estas culturas se halla presente el arte esquemático en las dos cuevas del Aguazal y La Covacha de Castañar de Ibor y en el Puerto de Mesas. La temática de los mismos es muy clásica, con una preponderancia de los puntiformes y arboriformes sobre el resto de los motivos. Resulta especialmente interesante la presencia de cerámicas y hachas en la cueva I del Aguazal, por cuanto de raro tienen el contexto arqueológico en estos yacimientos. De ello se infiere una utilización del yacimiento, con carácter habitacional durante la Edad del Cobre, fecha a la que cabe situar el punto de partida de las expresiones pictóricas esquemáticas en la comarca.

Más problemática resulta la adscripción de los grabados rupestres de cazoletas del Cancho de las Cabras y la Cueva del Rescoboso en Mesas, aislados bajo canchales con formas llamativas o a la entrada de covachos.
Como en otras ocasiones en que aparecen las cazoletas como delimitadoras de espacios domésticos estas se conectan a lugares en los que ha se ha desarrollado un asentamiento, pero la escasez y fragmentación de las cerámicas, caso de Canchos Blancos de Mesas de Ibor, impide cualquier concreción, aunque por el ámbito en el que tiene lugar la mayoría de este tipo de grabados pueden valorarse como una versión más del arte esquemático, presente en algunos casos incluso en megalitos.
De la Edad del Bronce hasta la romanización las investigaciones han avanzado tan poco que únicamente un yacimiento con adscripción dudosa parece referirse a estas etapas en las que parecen predominar poblados en alto de pequeño tamaño, con casas rectangulares y fortificaciones, se trata del Castillejo de Fresnedoso. Sus materiales podrían ser el correlato cerámico de una parte de los materiales de La Muralla de Valdehuncar, en cualquier caso parece tener una continuación en el hierro, elemento, cuya aparición en la superficie del yacimiento frecuente.
Influjos del mediodía se detectan, siguiendo las pautas iniciadas en en Bronce Final, dejando en su recorrido como muestra, fíbulas de codo en un apéndide de lo que fue el solar de Talavera la Vieja, evidenciando una aculturación, o mejor una introducción de elementos originarios del Mediterráneo.
A pesar de que el proceso romanizador es dilatado dentro del territorio nororiental extremeño, los poblados catalogados corresponden según nuestras observaciones a una implantación que tiene lugar a partir del siglo. fundamentalmente.
Sobre este hecho hay que insistir, puesto que lo que se pone de relieve es que las zonas explotadas de esta comarca se encuentran fuera de los ámbitos prioritarios de producción. La topografía accidentada, la pobreza edáfica y densos bosques, debieron contener su ocupación, dispersando la población a medida que se adentraban hacia las rañas y tierras interiores, permitiendo sólo un cierto adensamiento en las riberas del Tajo.
El proceso se refleja también en la escasa extensión de los asentamientos, en la pobreza constructiva, en la ausencia de cualquier elemento de lujo y en definitiva de cualquier otro detalle que delate algo más que la simple funcionalidad.
Como asentamientos rurales señalamos un total de nueve yacimientos: cuatro en Bohonal de Ibor (Cerro de las Cabras, Arroyo Tamujoso, Hoja de Carrasco y Majadal del Castaño), cuatro en Mesas de Ibor(Cerro de las TInajas, Isla de Valdecañas, El Herradero, Viñas de Valdehiguera), y uno en Fresnedoso de Ibor (Los Millares de San Matías). Todos se caracterizan por la presencia de material latericio y cerámica común en superficie. Cuando se dejan ver los muros, por efecto de la erosión, como sucede en la Isla del Pantano de Valdecañas, se levantan a base de mampuestos irregulares, a doble hilada, utilizando el sillar trabajado excepcionalmente como refuerzo de las esquinas.
Las actividades desarrolladas por estos núcleos se ligan al sector agropecuario, pero no dejan de llamar la atención en núcleos como el Herradero, la abundancia de rebabas de fundición de hierro que pueden ligar el yacimiento a una pequeña industria extractiva de oligistos o goetitas tan frecuentes en la sierra cercana. Es posible también que algunos yacimientos contaran con molinos y con dependencias anejas para almacenamiento de cereales, pues restos de estructurras preparadas para ello, se han encontrado en casi todos los yacimientos.
Los restos de necrópolis que han llegado hasta nosotros son escasos, conociendo por referencias orales la del Cerro de las Cabras, un mausoleo turriforme de "opus caementicium" despojado de las losas que lo cubrieron, arruinado y sumergido en el pantano.
Este tipo de pequeños asentamientos, jugó un papel secundario con respecto a los grandes “fundus” del entorno, muchos fueron simples establos o núcleos de habitación temporales dependientes en muchos casos de villas enclavadas en las mejores tierras, pues la distribución espacial de los primeros, no obedece a motivaciones económicas importantes, de comunicación o necesidades estratégicas, más bien obedecen a necesidades locales particulares.
Del mundo hispano visigodo, tan difícil de detectar arqueológicamente cuando nos remitimos a los restos de sus asentamientos rurales, sólo un lugar, Los Millares de Fresnedoso de Ibor, ha podido proporcionarnos algunas evidencias de poblamiento en este periodo. Nos referimos a un núcleo arrasado, con numerosas muestras laterícias en superficie, que se caracterizan por una decoración a base de ondas peinadas, o digitaciones muy propias de los asentamientos extremeños que alcanzan el siglo VI y perduran al menos hasta el siglo VIII.
No obstante las evidencias más interesantes se encuentran junto a la ermita dedicada a San Matías; allí hace algunos años se descubrieron varios sepulcros delimitados por lajas de pizarra, con pobres ajuares consistentes en jarros y platos de cerámica que desgraciadamente no se conservaron. Por referencias orales sabemos que los sepulcros se hallaban en un recinto que fue aprovechado parcialmente para edificar una ermita en las postrimerías del siglo XVI y que dicho recinto y lugar, conocidos como la Herguijuela, hacían honor, como el mismo topónimo indica, a un edificio eclesial, probablemente contemporáneo del yacimiento, es decir de época visigoda.

Otro núcleo probable de esta época hubo en Bohonal de Ibor, junto a la Carretera de Mesas, pues hacia 1960 al reparar la carretera se destruyó un sepulcro antropomorfo de cabecera interior como los que con frecuencia rodean los asentamientos tardorromano o hispano-visigodos de la región
B) La era islámica y la repoblación.
Los hábitat medievales muy deficientemente conocidos hasta ahora por las investigaciones en esta comarca, suelen referirse a pequeños poblados que se ubican en las crestas de las montañas, siguiendo un patrón repetido a lo largo de las Villuercas, donde hemos documentado ya nueve de estos asentamientos.

Los restos más importantes los hemos localizado en el Castillejo de Castañar de Ibor, núcleo habitado de escasa importancia, con una pequeña muralla de refuerzo y un conjunto de cabañas de planta cuadrada y rectangular apiñadas sobre la cima, semejante al catalogado recientemente en la Sierra del Milanillo de Mesas.
Las explotaciones rurales, si las hubo son difíciles de localizar, ya que en su inmensa mayoría van a reutilizar materiales anteriores; sólo un monumento, la Torre de los Moros posee una impronta islámica que le destaca como el más ejemplar de los edificios de este periodo.
Si durante esta fase parece paliarse en cierta medida la despoblación reflejada en la época visigoda, a lo largo de la Edad Media, esa misma despoblación parece acentuarse, debido, tanto a la escasez de posibilidades que brindaba la comarca como a la peligrosidad inherente a toda la tierra fronteriza.
Será a partir de la mitad del siglo XIII, cuando asegurada casi toda Extremadura, se repartan los territorios, asignando las jurisdicciones. Castañar, Navalvillar y la Avellaneda por ejemplo quedaron dentro del Alfoz de Talavera de la Reina, el territorio de Bohonal, se incorporó junto el territorio de Alija a las propiedades de D. Álvaro de Luna, pero su caída en desgracia permite a la corona recuperar el territorio, cediéndolo Juan II después a D. Pedro de Zúñiga, Conde de las Mirandas. El segundo conde de esta línea sería el que repartiera en concejo de Alija entre Talavera de la Vieja y permitiera la fundación de Bohonal.
Fresnedoso de Ibor y un pueblo denominado Casas de Ibor, al que identificamos como Mesas, formará parte del mayorazgo de Belvis, fundado por Alfonso Pérez del Bote, II ( 26 de Agosto de 1239) señor de Belvis, a quién el rey Fernando IV confirmará los derechos heredados, por eso se englobaría siempre dentro del Señorío de Deleitosa junto a Campillo, que a la postre también pasaría a la Casa de Alba y Ducado de Frías.
De Valdecañas sólo podemos aventurar que perteneció al Duque de Frías, pero ignoramos cuando pasó a propiedad del ducado, si lo hace cuando el territorio adquirido por Monroyes y Almaraces se une al condado de Oropesa (pues nunca se menciona en los documentos que hemos cotejado) o pasa a pertenecerle cuando Enrique II les adjudica al I Conde de Oropesa, D. Fernando Álvarez de Toledo el Castillo de Cabañas en 1369, como un apéndice del territorio.
Todas las preeminencias que conllevaron las distintas adjudicaciones fueron conservadas hasta la desamortización cuñado se liquida el caduco régimen señorial, corriedo pareja la historia de estos pueblos a la del resto de Extremadura.
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